domingo, febrero 04, 2007

Dos casos de enfrentamiento

A veces resulta curioso observar lo que ocurre en la vida diaria, y te das cuenta de que las coincidencias no existen, que todo son variables y constantes que están ahí, jugando caprichosamente en todo momento.

Os voy a contar dos casos de enfrentamiento que he vivido en primera fila en mi propio trabajo.

El primero de ellos ocurrió entre dos de mis subordinados. Ambos están en dos equipos distintos, pero han de colaborar entre sí. Uno de ellos no estaba de acuerdo con el planteamiento del otro, y en un correo electrónico le contestó de malas maneras y en un tono hostil. El otro acudió a mi asombrado por dicho comportamiento, comentándome, a modo de broma, si le podía agarrar del cuello y partirle la cara, ya que no entendía dicho comportamiento.

Lejos de imponer disciplina de forma autoritaria, reenvié dicho correo a los dos, y al responsable del equipo del ofensor, indicando que el problema debía resolverse de una manera cooperativa, rápida y profesional. Al poco tiempo, apareció la solución al problema. Felicité a todos por su profesionalidad y por encontrar los problemas laborales sin utilizar el enfrentamiento.

Al día siguiente, el enfrentamiento lo tuve yo. Y debo de reconocer, para vergüenza mía, que no reaccioné como en el caso anterior.

Era viernes, la hora de la salida. Toda esta semana había sido infernal, pues nos estallaban bombas a cada paso (es una expresión que significa que aparecían problemas a cada momento). La presión por los tiempos y por la carga de trabajo eran insoportables.

Justo cuando ya estaba recogiendo para salir, mi compañera me asaltó con un problema. Yo le conté mi visión del problema. Ella no lo compartía, porque no tenía la misma visión.

Creo que fueron los nervios, además de la presión y de yo tener información que no había compartido con ella, por la cual nos enfrentamos en una discusión verbal subida de tono, para vergüenza mía, pues en toda la oficina se nos oyó discutir acaloradamente. Un espectáculo patético, debo reconocerlo y que reconozco se me escapó de las manos. Mi mente tranquila, serena y a veces fría, dejó de serlo. Intenté imponer mi criterio y mi decisión, quizá abusando de mi superioridad en el rango profesional, cuando, en realidad, debía haber compartido mi información y, detenidamente, haberme sentado con ella y explicarle mis motivos. Pero era la hora de salir. Me esperaban para comer. No había tenido tiempo de definir una estrategia para acometer todos los problemas que teníamos pendientes. Tampoco había tenido tiempo para planficar ni organizar las tareas y poder visualizar claramente cómo resolver ése y todos los problemas que teníamos en una pila muy grande. Creo que aquella discusión parecía inevitable.

Me fui con una desazón muy grande, pues con esta compañera me llevo y compenetro muy bien, ya que nos preocupamos mucho por nuestro trabajo, y miramos por lo mejor de todos nuestros equipos y personas. Tenemos ideas y caracteres muy parecidos, y nos organizamos casi de manera sincronizada.

Ahora, con la cabeza más fría siento mucho esa discusión, pero también agradezco que hubiese ocurrido, porque de esa discusión uno aprende a ser mejor si se detiene a observar y a reconocer los errores.

Siempre pienso que en una discusión, las dos personas que discuten tiene y no tienen razón. Normalmente se producen extremos y se aferran a ellos, sin atreverse a entrar en la zona intermedia, donde ambos coinciden y pueden ver las cosas con mejor perspectiva.

He comprendido esa perspectiva, y agradezco a mi compañera ese enfrentamiento, ya que nos ha hecho mejores en todo: mejores profesionales y mejores amigos.



Rafael Hernampérez

1 comentario:

Anónimo dijo...

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA :)
AUNQUE NOS ESTALLEN MIL BOMBAS A CADA PASO, SEREMOS COMO EL JUNCO QUE SE DOBLA PERO SIEMPRE SIGUE EN PIE. HASTA MAÑANA COMPAÑERO.