lunes, junio 08, 2009

Felicidad en tiempos de crisis

En la actualidad estamos soportando una de las peores crisis mundiales que se hayan conocido. Esto, inevitablemente, pasa factura y nos afecta en mayor o en menor grado, especialmente de forma negativa. España cuenta con uno de los mayores índices de paro de Europa, con casi cinco millones de personas. Muchas familias se encuentran en la encrucijada de despojarse de sus casas por no poder llegar a pagar la hipoteca. La pobreza ha crecido irremediablemente, y la delincuencia se ha incrementado de forma alarmante. Los que aún tienen trabajo, además de doblar sus esfuerzos para conservar su puesto de trabajo, viven en la incertidumbre de si pasarán de ese día, pues ven cómo su empresa va despidiendo a compañeros o va aplicando un ERE (Expediente de Regulación de Empleo).

La crisis no es culpa de unos pocos, si no de todos en general. Puede ser cierto que algunos desalmados se haya aprovechado de los ingenuos para enriquecerse a su costa. Pero cierto es también que, directa o indirectamente, todos hemos contribuido a este estado, ya sea participando de forma indirecta o bien haciendo la vista gorda. Cada uno tenemos nuestro porcentaje de responsabilidad en esta situación, pues todo está conectado y somos personajes del mismo escenario.

Siempre he creído en que todo efecto tiene su causa. Durante los últimos años hemos vivido una bonanza sin parangón, y hemos desperdiciado la oportunidad de asegurarla ante una posible crisis que nadie creyó que existiría. Ha sido una orgía de bienes que llovían del cielo, donde cada uno se compraba una casa mejor que la del amigo, o un coche mejor que el del amigo, o lo último en caprichos innecesarios. Creíamos que nunca nos faltaría trabajo, que los bancos nos podían dar cualquier préstamo para cualquier cosa, y que nosotros, en nuestra ingenua arrogancia, éramos dioses inmortales capaz de conseguir cualquier cosa y que nada nos afectaría.

Siempre he creído que en todo hay un equilibrio. Puede que no lo veamos, pero está ahí. El sentido común ha hecho que seamos más ahorrativos, que valoremos más lo que tenemos, que nos planteemos la vida desde una perspectiva más mundana y real, que queramos pasar más tiempo con la familia, reforzar relaciones deterioradas, recuperar relaciones perdidas, dar más importancia a las cosas más pequeñas y humildes, o incluso de atreverse a probar nuevas cosas para salir de la situación.

La crisis es una oportunidad única para ser feliz, para reencontrarnos con nuestro Yo más íntimo que, al fin y al cabo, es lo único que en realidad somos.Aprovechemos la oportunidad para la reflexión, para analizar objetivamente nuestra situación, para valorar lo que es realmente necesario y lo que es accesorio, para romper ataduras que nos habíamos impuesto, para derrumbar esos muros que habíamos construido de forma inútil, para abrir la mente a nuevas ideas, para ser tolerantes, para escuchar, para amar...

¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Qué conseguimos criticando a los gobiernos, a los bancos y a las empresas? ¿Qué conseguimos inmóviles echando la culpa a la situación? Lo que conseguimos es perder el tiempo, el activo más valioso de nuestras vidas, pues tiempo somos y cada vez nos queda menos. Las cosas no se arreglan solas. Las cosas no pueden volver a ser como las de antes. Es momento de cambiar, de soñar nuestro futuro, trabajar para materializar ese sueño y de vivir ese sueño y ese futuro. La crisis nos da esta oportunidad, no la desperdiciemos.

Puede que estas palabras a algunos les parezca demagogia. Pero permitidme contaros uno de tantos casos que he conocido.

Tengo una amiga a la que despidieron hace tres meses. Lleva muchos años trabajando, amando lo que hacía. Lo que más la disgustó no fue verse en el trabajo, si no la traición de su empresa con respecto a todo lo que ella había sacrificado por la empresa, y en el modo y los motivos de su despido. Desde hace tres meses busca trabajo de forma activa, pero tan sólo un par de empresas la han llamado para una entrevista, y con unas condiciones precarias. Al principio, como es de suponer, desalienta ver este panorama, te deprime, te hace sentir inútil y sin valor. Sin embargo, ella ha aprovechado este tiempo para hacer cosas que su trabajo no le dejaba. Su salud estaba muy mermada, y el no trabajar le ha dado la oportunidad de poder hacer ejercicio y empezar a reparar el daño que tenía en su cuerpo. Ayer estuve tomando un café con ella, y se la veía mucho más feliz, más centrada, más motivada y con renovadas esperanzas, pero, sobre todo, consigo misma. Su autoestima llegado a niveles inimaginables, pues mientras trabajaba parecía un automáta con la misión de complacer a los demás.

En mi caso particular y personal, comentaros que soy afortunado en seguir trabajando (aunque no sé si de este mes podré sobrevivir), que mis reflexiones diarias me dan más motivación para pensar más en mi familia y en mi mismo que en mi trabajo (ello se debe a que he tenido unos meses de trabajo intenso de hasta 16 horas diarias (por supuesto, ni pagado ni agradecido)), en mi propia salud (tengo un sobrepeso que estoy empezando a corregir). No tengo miedo a perder mi trabajo. Es más, si me despiden me harían un favor. No sólo por dejar de tener preocupaciones innecesarias ni por ver cómo tanto esfuerzo invertido no ha sido valorado. Me daría tiempo a dedicarme a la creación de una empresa, cuyo proyecto tengo parado desde hace unos meses debido a la carga que tengo actualmente.

Las personas más grandes e ilustres de la historia, eran personas como nosotros. Algunas eran más humildes, más pobres, más analfabetas, más impedidas (física o mentalmente) que nosotros. Algunos llaman suerte a un momento en el que la oportunidad entró en sus vidas y las cambiaron para siempre. Esa oportunidad, ahora, se llama crisis. Hay que ver la crisis como una oportunidad, no una oportunidad como una crisis. Inténtalo. No tienes nada que perder.

1 comentario:

dijo...

cuando algo va mal,
quejarse es una penosa forma de perder el tiempo, hay que actuar.
pase lo que pase siempre hay algo que hacer para mejorar la situación.
la clave está en actuar a tiempo.