viernes, noviembre 07, 2008

Mi otra mujer

Anónimo

Mi esposa me recomendó salir con otra mujer.

- Tú sabes que la amas. – me dijo un día, tomándome por sorpresa – La vida es muy corta. Dedícale tiempo.
- Pero yo te amo a tí – protesté.
- Lo sé. Pero también la amas a ella.

La otra mujer a quien mi esposa se refería era mi madre, viuda desde hace años. Por exigencias de mi trabajo y mis hijos, sólo podía visitarla ocasionalmente.

Esa noche la llamé para invitarla a cenar y al cine.

- ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? - preguntó.

Mi madre es una mujer que una llamada tarde en la noche, o una invitación sorpresiva es indicio de malas noticias.

- Creí que sería agradable pasar algún tiempo contigo. – le respondí – Los dos sólos. ¿Qué opinas?

Reflexionó sobre ello un momento y me respondió:

- Me gustaría muchísimo.

Ese viernes, mientras conducía para recogerla después de mi trabajo, me encontraba muy nervioso. Era el nerviosismo que antecede a una cita.

Cuando llegué a su casa, observé que ella estaba muy emocionada. Me esperaba en la puerta con su viejo abrigo, el vestido con el que celebró su último aniversario de bodas y con su pelo rizado. Su rostro sonreía. Irradiaba luz, como un ángel.

- Les dije a mis amigas que iba a salir con mi hijo. - me dijo mientras subía al automóvil – Se mostrar muy emocionadas. No podrán esperar a mañana para escuchar acerca de esta velada.

Fuimos a un restaurante, no muy elegante pero sí muy acogedor. Mi madre se aferró a mi brazo hasta que nos sentamos. Le leí el menú, mientras sus ojos sólo parecían ver grandes figuras.

En la mitad de la comida, mi madre, sentada al otro lado de la mesa, sólo me miraba con una sonrisa nostálgica.



- Era yo quien te leía el menú cuando eras pequeño – me dijo - ¿Lo recuerdas?
- Sí – respondí – Por ello, es hora de que te relajes y me dejes devolverte el favor.

Durante la cena estuvimos conversando. No fue nada extraordinario, tan sólo ponernos al día el uno y el otro. Pero hablamos tanto que se nos pasó la hora del cine.

Al final de la velada, dejé a mi madre en su casa.

- Saldré contigo otra vez con la condición de que me dejes invitarte – me dijo, con la sonrisa picaresca de una adolescente.
- Como quieras – respondí, dándole un beso y un abrazo.

Al llegar a casa, mi mujer estaba esperándome.

- ¿Qué tal la cita? - preguntó.
- Muy bien, - respondí – mucho mejor de lo que imaginé.

Unos días mas tarde mi madre murió de un infarto. Fue todo muy rápido e inesperado.

Al poco tiempo, recibí un sobre del restaurante donde habíamos cenado mi madre y yo. Tenía una nota de mi madre:

“La cena está pagada por anticipado. Estaba casi segura de que no podría estar allí, pero de todas maneras pagué una cena para dos: para ti y para tu esposa. Jamás podrás entender lo que aquella noche significó para mí. Te amo”

En ese momento comprendí la importancia de decir a tiempo “te amo”, y de darles a nuestros seres queridos el espacio que se merecen. Nada en la vida será más importante que tu familia, y hay que darle tiempo, porque la familia no puede esperar.

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