martes, julio 29, 2008

Tan sólo un instante

Tan sólo un instante bastó para encontrarme con la muerte. Allí estaba ella. Tan fría e indiferente, aguardando mi llegada.

Tan sólo un instante bastó para que mi vida se extinguiera como si nunca hubiera existido. Un mísero e insignificante instante.

Tan sólo un instante separó todo lo que había creado durante tantos años de esfuerzo y tesón, de la nada absoluta.

Tan sólo un instante transcurrió, de forma inesperada e incontrolada, en un día cualquiera, en una hora cualquiera, en un segundo cualquiera, en un lugar cualquiera.

Tan sólo un instante, tan efímero, tan fugaz... y tan eterno al mismo tiempo.

Conducía mi automóvil, a una velocidad prudente, con todos los sentidos puestos en la carretera, con todas las precauciones posibles, circulando por el segundo carril de los cuatro que tenían la autopista. A ciento diez kilómetros por hora, a 167 metros por segundo... tan sólo separado del suelo por cuatro puntos de apoyo un poco más grandes que mi puño.

Estaba a punto de rebasar a un furgón que circulaba en el carril más derecho, a una velocidad inferior a la mía.

El tráfico era denso a aquella hora temprana, pero ciento diez kilómetros por hora, en España, era una velocidad irrisoria... casi vergonzosa. Casi todo el mundo me rebasaba por la izquierda. Casi todo el mundo parecía haberse quedado dormido y llegaba tarde al trabajo.

De repente, casi a punto de alcanzar el furgón, miré por el espejo derecho. Era una precaución inútil, pues hacía como doscientos o trescientos metros había rebasado a un camión. Pero una mancha roja oscura apareció de la nada, y se hizo enorme en un sólo instante dentro de ese retrovisor.

Quise cerrar los ojos. El terror se adueñó de mi ser. Quedé paralizado. Tan sólo el pie derecho reaccionó de manera instintiva, y dejó de presionar, de repente, el acelerador.

Un automóvil rojo, conducido por un insensato que, al revés que yo, tenía pisado por completo el acelerador, circulando a una velocidad casi el doble que la mía, intentaba adelantarme por la derecha. Y entre mi automóvil y el furgón no había distancia para pasar.

Mi corazón se paró. Mi sangre descendió bastantes grados, hasta casi congelarse. El tiempo, el movimiento, las referencias, las distancias... todo parecía paralizarse y distorsionarse. Todo en tan sólo en un instante.

El automóvil rojo pareció atravesar mi coche y el furgón, pues pasó por el casi inexistente hueco que me separaba del furgón. No lo creí. Era imposible. No había hueco suficiente, y menos a esa velocidad.

No pude reaccionar, pues estaba estupefacto. No daba crédito a lo que acababa de pasar. Sólo cuando el vehículo rojo se alejaba de mi a gran velocidad, por delante, sorteando de derecha a izquierda a todos los vehículos, como si le estuviera persiguiendo el mismísimo diablo, y al escuchar el claxon de varios conductores que lo amonestaban, pude, por fin volver a la realidad.

Durante unos segundos estuve sumido en un trance. El tiempo parecía haberse detenido. Todos los sentidos estaban también detenidos, como cuando te hundes al fondo de una piscina, y el sonido parece lejano, todo se vuelve mucho más lento, y la atmósfera se vuelve pesada e irrespirable. Unos instantes en los que creí que estaba muerto, y, que por inercia, mi ser avanzaba por delante de mi cuerpo.

Ahora, en frío, pienso que me salvó la vida ese instante tan efímero en el que miré por ese retrovisor, y ese instante en que mi pie derecho dejó de presionar el acelerador y ganó algún centímetro... el justo para que el automóvil rojo pasara casi colisionando.

La muerte estaba allí, esperándome a mi y a quién sabe cuántas almas más. Creo que le agüé la fiesta y el espectáculo de un dantesco accidente en el que se hubieran involucrado, seguramente, cinco o más vehículos.

Tan sólo un afortunado instante hizo que la muerte se alejara de allí, maldiciendo aquel miserable instante en el que reaccioné de la manera precisa en el instante preciso.

Me pregunto qué hubiera pasado sin ese instante. Sin duda alguna, un accidente con uno o varios muertos. Seguramente yo hubiera perecido en ese accidente. Hubiera cambiado, por completo la vida de muchas personas. Sería una causa con multitud de efectos.

Mi familia estaría abocada no sólo a una pérdida sentimental, si no también financiera, pues yo soy la única fuente de ingresos, y acabamos de hipotecarnos con una nueva vivienda. ¿Cómo saldrían adelante? ¿Y cómo saldría adelante mi hija, que tanto me idolatra y admira?. Las consecuencias serían desastrosas y numerosas.

Uno reflexiona sobre lo ocurrido. Y no por aquel suicida insensato, que no valora su vida y va exponiendo vidas ajenas que no le pertenecen ni a las que estima lo más mínimo.

Uno piensa rápidamente en dónde está la policía para encerrar a este delincuente que infringe las leyes y pone en peligro al resto de los conductores. También piensa dónde están los radares o las cámaras para cazarle, quitarle el carnet de conducir y encerrarlo hasta que críe malvas. También piensa (mal por cierto), que se mate el sólo y deja de ser un peligro para los demás. Sí. Digo que mal pensado, pues es también un ser humano y seguramente tenga una familia y unos amigos que lo quiera, a pesar de su comportamiento.

Muchas veces pienso que el error no está en las personas, si no en la educación que reciben. A mí, en la autoescuela, nunca me enseñaron que un coche es un arma mortal que asesina a más personas que las armas de fuego o que el cáncer. Creo que si nos lo enseñan y nos mentalizan con lecciones memorables, y una cultura general por parte de la sociedad, sensibilizando realmente a las personas se evitarían actos como éste.

Pero la reflexión de hoy me lleva a lo siguiente: nuestras vidas transcurren en instantes inciertos en los que creemos tener controlado todo, y en realidad no controlamos ni una ínfima parte de las probabilidades. Hay tantas variables, hay tantas probabilidades, hay tantos actores y escenarios que las cosas que ocurren parecen estar en sintonía unas con otras, para suerte nuestra.

Un simple día está compuesto de 24 horas, de 1440 minutos, de 86400 segundos... Tantos instantes, tantas probabilidades... y las hacemos pasar sin prestarles atención, a su libre albedrío.

Un instante... tan sólo un instante es un mundo, una vida, una muerte, un éxito, un fracaso, una alegría, una desdicha, una felicidad, una tragedia, una inspiración, una decepción... puede ser infinitas cosas.

Un instante... tan sólo un instante es una ruleta en que infinitos factores intervienen en el resultado.

Un instante... tan sólo un instante es lo que gobierna nuestras vidas, el que nos somete, el que determina las circunstancias, el que dicta las normas.

Un instante... tan sólo un instante lo es todo; todo lo convierte, lo transforma, lo recicla, lo reinventa, lo crea o lo destruye.

Un instante... tan sólo un instante es el medio por el cual vivimos, y el medio por el cual podemos influir en ese instante, en mayor o menor medida.

Las reglas del instante han de ser comprendidas: lo que ocurre está bajo nuestro control y fuera de él al mismo tiempo. Acepta lo que no puedes controlar y úsalo a tu favor para hacer lo que sí puedes controlar.

Tan sólo un instante fue el que interpuso la muerte en mi camino, y tan sólo un instante fue el que me salvó la vida.

Tan sólo un instante supuso finiquitar mi vida, mi familia, mi amor, mi trabajo, mis logros, mis riquezas... y tan sólo un instante supuso ponerlo a resguardo.

Tan sólo ese instante me esperará al final, pero para entonces estaré preparado para recibirlo con paz en mi interior y con felicidad infinita. Porque si ese instante decidirá mi final, yo decidiré cuán glorioso será éste.

Rafael Hernampérez Martín (29/07/2008)

1 comentario:

Expediente X dijo...

Pasaba tan solo un instante,
para concederte un PREMIO CADENA,
en mi blog. Saludos Rafinguer.