miércoles, junio 27, 2007

El ridículo

Aquella tarde, Alfredo fue a buscar a su hijo al colegio. De camino para su casa, el niño se puso a saltar eufórico, a correr, a gritar de alegría. Todas las personas que había en la calle lo miraban, y su padre, avergonzado, lo reprendió dura y severamente:

- ¡Carlos!. ¡Deja de hacer el ridículo! ¡Parece que estés loco!

El tono de voz no dejaba lugar a reproches. Carlitos se detuvo inmediatamente, con una carita de incredulidad y perplejidad.

- ¡Deja de hacer el payaso, Carlitos!. ¡No seas loco y compórtate!

Carlitos se entristeció y se puso a llorar.

Cuando llegó a casa, su madre le vió con lágrimas en los ojos.

- ¿Qué le pasa a Carlitos? - preguntó a Alfredo.
- No lo sé. Se puso a hacer el ridículo y el tonto en la calle. Sólo le dije que no lo hiciera.

Tras esta explicación se fue al salón a ver la televisión.

Después de la cena, Alfredo fue a ver un partido de fútbol. Era la gran final. Después de casi dos horas de tensión, su equipo marcó el único gol del encuentro en tiempo de descuento. Alfredo, se puso en pie, eufórico, salió a la terraza de su casa gritando:

- ¡¡¡ GOOOOOLLLLL !!!!

Acto seguido se puso a encender petardos y cohetes, a tocar una ruidosa trompeta, a cantar, a gritar, a dar brincos.

- ¡ Campeooones! ¡Campeooones! ¡Oé! ¡Oé! ¡Oeeé!

Entró nuevamente en la casa, fue a la habitación, se cambió de ropa. Se puso la camisa de su equipo, una peluca de su equipo, se pintó la cara con los colores de su equipo, se puso una bufanda de su equipo y cogió una gran bandera de su equipo. Su excitación y euforia eran culminantes. Estaba decidido a ir a la fuente de la plaza principal de su ciudad a recibir a su equipo y a homenajearlos como merecían. Había quedado ya con unos amigos del trabajo para celebrarlo por todo lo alto con una gran fiesta. Ya se veía conduciendo su coche por la ciudad, tocando el claxon durante toda la noche, con las banderas asomadas tras las ventanas.

Cuando iba a salir, se encontró con su mujer y su hijo bloqueando la puerta.

- ¿Qué ocurre? ¡Dejadme salir!
- Espero que no hagas el ridículo, haciendo el payaso, por ese estúpido partido.
- No es ningún estúpido ...
- Espero que hagas el ridículo por tu hijo, que hoy ha sido seleccionado entre los diez alumnos más inteligentes del colegio, y que representará a su colegio en las olimpiadas nacionales de colegios. Tu hijo podría ser el niño más inteligente del país.

Alfredo se quedo mudo.

- Espero que hagas el ridículo celebrando el tener un hijo tan inteligente, no por celebrar la victoria de unos jugadores cuyo talento es dar patadas a un balón, que sólo hacen su trabajo y a los que ni siquiera conoces.


Reflexión: Tenemos miedo al ridículo, por el miedo a qué dirán, qué pensarán, qué imagen daré. Sin embargo, si ese ridículo es colectivo, las inhibiciones desaparecen, con el convencimiento de que si tanta gente lo hace es porque no es ridículo, no es locura, que entre tantos la propia locura y el propio ridículo no existen. ¿Quién hacía realmente el ridículo, el hijo por su éxito, o el padre por un éxito ajeno?


Rafael Hernampérez

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