domingo, marzo 25, 2007

Mañana de museo

Primaveral mañana de domingo, cálida y agradable, tras una reciente ola de frío. Pájaros trinando alegres, flores mostrando su belleza y exhalando su perfumado y embriagador olor. Un día estupendo para vivir una entrañable mañana cultural con mi buen amigo Alfredo, mi compañera sentimental y esposa, y mi hija Nerea.

Aprovechando la vena pintora que Nerea tiene, hemos decidido ir a ver el Museo del Prado, largo tiempo olvidado y apartado de mis propósitos de ocio. Un lugar que volveré a visitar, este año si cabe, para volver a disfrutar de su encanto y de su arte.

Las grandes e iluminadas salas exhiben grandes y magníficos cuadros que cobran vida ante la atónita mirada de los visitantes. Nerea, con tan sólo cinco años, estaba entusiasmada por tan magníficas obras, aunque su afán era ver la mayor cantidad de ellas en el menor tiempo posible, descubrir más y más imágenes congeladas en un trozo de lienzo.

Yo estaba maravillado e hipnotizado ante unos cuadros pintados hace siglos por hombres que no conocían la tecnología, y que se construían sus propios lienzos, sus propios pinceles y sus propios óleos, tomando modelos vivos que no paraban de moverse. Mi alucinación se desbordaba al ver cuadros llenos de movimientos imposibles capturados caprichosamente por la mente de un artista que no imaginaba que siglos después aparecerían las cámaras de fotos, los vídeos o los ordenadores con software de modelado 3D.

Durante un buen rato mi imaginación voló, se evadió de la realidad, mezclándose con el escenario de cada uno de los cuadros, oliendo cada personaje pintado, oyendo los murmullos secretos que los protagonistas de óleo se decían, compartiendo espacio y tiempo con los hombres, mujeres, animales, plantas y objetos que representaban simples manchas de pintura. Volaba a través de los fondos e infinitos paisajes, me escondía entre las sombras y me descubría ante las claridades de las zonas más expuestas, me difuminaba entre fondos borrosos o contrastaba ante los primeros planos más nítidos y brillantes. A veces era un soldado, otras un rey, otras un niño, un ángel o un invisible espectador al que nadie miraba.

Tarde en salir de mi estupefacción, recordando con fascinación "Las hilanderas", "Las Meninas", "Los borrachos", "La decapitación de San Juan Bautista", "La Maja vestida", "La Maja desnuda", anunciaciones, visitaciones de los reyes magos, últimas cenas, crucificaciones, ascensiones, retratos de reyes, reinas, príncipes y princesas, escenas mitológicas, y un sin fin de escenarios imaginable.

Me fascinaron cuadros pocos conocidos por autores pocos conocidos, tales como los de Rafael Sanzio, Poussin, Van der Weyden, e incluso obras muy poco conocidas de autores prestigiosos, como unos retratos que hizo Goya en pequeñas obleas de cobre o latón, o cuadros hiperrealistas de Velázquez, o algunos cuadros de pinceladas rápidas y bruscas de El Greco, o la genialidad de la época oscura de Goya.

Aquella mañana devoramos las obras de Velázquez, Alberto Durero, Rembrant, El Bosco, El Greco, Goya, Tintoretto, Poussin, Tiziano, Caravaggio, Rubens, Murillo, Ribera y de Van der Weyden.

Tras aquella visita al museo me quedé reflexionando y cavilando. ¿Cómo puede la capacidad de un hombre crear vida en un simple lienzo blanco manchado de pinturas?. ¿Cómo puede un hombre imaginar escenas, paisajes, luces, formas, movimientos, volúmenes, transparencias, texturas, brillos, expresiones y realismo con unas manos y unos pinceles? ¿De dónde nace la inspiración, el talento, la habilidad o la genialidad de la composición y de los mensajes ocultos en los detalles de esas simples manchas?. ¿Cómo pudo Goya plasmar tanto dolor y tanta expresión en sus cuadros más "vastos", con pocas pinceladas, con tan sólo el color marrón, el gris o el negro?.

Los hombres somos mortales, pero nuestras obras nos inmortalizan. Las obras inmortalizan a los hombres.


Rafael Hernampérez

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