viernes, febrero 09, 2007

Felicidad pasada

Hoy me ha ocurrido algo curioso. Nada más levantarme, a las cinco de la mañana, tras incorporarme de la cama, lo primero que he pensado al salir del mundo onírico, fue en mi buen amigo Casiano Barros Bastos.

Casiano fue un gran compañero de la mili, hace ya 15 años. Una persona muy alegre, dicharachera, viva, con un corazón y una amistad inconmensurables.

Recordé aquel día en que yo, con apenas 19 años, me estaba dejando mi primera barba. Era viernes, casi mediodía. Estábamos casi en la víspera de la Nochebuena del año 1991. Hacía un día estupendo para ser finales de Diciembre, y en la radio cantaban los números de la lotería los niños de San Ildefonso.

Casiano siempre llevaba barba, y yo quería llevarla como él. No era un asunto de hombría, ni mucho menos. Era algo que nos gustaba. Y ese día le pedí a Casiano que me arreglara la barba, ya que nunca lo había hecho. Fuimos al servicio, y allí estuvo enseñándome a hacerlo. Y mientras lo hacía, me comentaba con gran entusiasmo lo que iba a hacer durante el permiso de Navidad. Iba a estar con sus padres, en un pequeño pueblo de Galicia. Si mal no recuerdo, era hijo único. Su rostro irradiaba felicidad y ansias por disfrutar de ese permiso en aquella tierra mágica donde los sueños se mezclan con el aire.

Nada más arreglarme la barba, se vistió con ropa civil. Con el petate ya preparado, se despidió casi corriendo, con una alegría y una dicha increíbles. Sentía una envidia sana, pues yo no tuve la suerte de tener un padre tan cerca, si no todo lo contrario.

Al poco tiempo salí del cuartel, y fui a casa. Mientras comía, vi las noticias en la televisión. Un autobús sufrió un terrible accidente cerca de Puerta del Hierro, cuando iba en dirección hacia la Nacional VI, que era la carretera que llevaba a Galicia. Inmediatamente llamé al cuartel, para saber si en ese autobús iba Casiano, que también iba con otro compañero. No sabían todavía nada.

Al rato me enteré que sí iba en ese autobús, y que él se encontraba en estado grave. En ese momento se me vino el mundo encima. Hacía apenas dos horas estuvimos compartiendo aquel momento mágico y feliz, y ahora se estaba debatiendo entre la vida y la muerte.

Pasaron algunos días. Llegó el día de la Epifanía del Señor (el 6 de Enero, o el día de los Reyes Magos). Ese día me tocaba servicio. A primera hora de la mañana recibí una llamada en el puesto, y me notificaron que Casiano acababa de fallecer.

Fueron unos días tristes para todos, pues Casiano fue una persona alegre, buena, casi un hermano del alma. Nunca había tristeza con él, todo era alegría. Estaba en la flor de la vida, y ésta se malogró repentinamente, cuando iba a tener unas inolvidables jornadas de Navidad con sus queridos padres en su amada Galicia. Todo parecía no tener sentido. La realidad era bromista y cruel, y en ese momento se estaba riendo de todos nosotros. A todos nos entró un sentimiento de querer habernos sacrificado por él, y de repudiar a un Dios injusto que prefería llevarse a alguien tan bueno y dejar a seres tan terribles como terroristas, asesinos, violadores, pederastas y demás escoria.

Me acordé en ese momento también de Yolanda, una preciosa chica del barrio de la que todos estábamos loquitos por su belleza, quien con 18 años falleció en un accidente de coche.

O de César, quien nunca, nunca, nunca, he visto serio, sino alegre y jovial. Falleció por SIDA, que le fue transmitido en una transfusión de sangre durante una operación. Creo que esa semana se casaba a pesar de su destino.

O de Natalia, otra chica hermosa del barrio de la que creo que todos nos enamoramos, y que falleció con 26 o 27 años de SIDA. Esta vez fue debido a su adicción a las drogas.

O de Vanessa, quien con 26 años falleció hace apenas dos meses. Todavía no se sabé cómo. La encontraron tendida en el suelo del salón a las 5 de la mañana.

Me acordé de muchas otras personas que han pasado por mi vida y que fallecieron jóvenes o en edad adulta, en situaciones inverosímiles, en el mejor momento de sus vidas, o cuando tenían grandes planes de futuro.

Pero no estoy triste, sino feliz. Porque fui feliz con ellos. Y me pregunto si ellos, a su vez, fueron felices conmigo. Yo creo que sí, y esa felicidad pasada me hace feliz ahora, en el presente.

¿Es una pena que no estén aquí y ahora?. Es posible, pero más pena me da es no saber nada de otras muchas personas a las que no veo desde hace mucho tiempo, que creo que siguen en este mundo, y con las que fui muy feliz en su día. No sé si seguirán vivos, o si les va bien en la vida. Aún así, doy gracias por haber compartido con todas esas personas momentos tan felices en el pasado.

Tras esta productiva reflexión, es hora de seguir viviendo aquí y ahora, contigo, y ser felices en este momento y en estas circunstancias.



Rafael Hernampérez

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