martes, noviembre 21, 2006

Reflexión sobre la vida y la muerte

He tenido una noche inquieta. Desde las cuatro de la madrugada he dado vueltas en mi cama, sin poder dormir. Ayer fue un aciago día con un sin fin de terribles emociones. Por un lado, falleció mi amiga Vanesa. Por otro lado, tuve una fuerte discusión en el trabajo con mi responsable.

Anoche, después de trabajar, fui al tanatorio de Móstoles para acompañar a su hermana Esther y a sus padres en esos momentos tan terribles. El cuadro era dantesco y cruel, sobrecogedor y trágico. Me hubiera encantado poder dedicarles una sonrisa de comprensión para derretir el sofocante hielo, pero hubiera sido malinterpretado como una burla. Me hubiera gustado hablar y reconfortar con mis palabras, pero sabía que mis palabras sonarían muy lejanas e inaudibles, como si estuvieras en el fondo de una piscina y te hablaran desde el exterior.

Durante un par de minutos observé el cadáver de Vanesa, expuesto tras una vitrina, amortajado en raso en el interior de un oscuro ataúd de madera. Parecía dormir plácidamente, sin ninguna inquietud ni preocupación. Parecía imposible que hacía apenas unas semanas había hablado con ella en su casa, la había visto moverse, andar, escuchar, mirar, respirar... Se hace muy difícil imaginar que de un momento a otro dejamos de existir, cuando al nacer ya está firmada nuestra sentencia de muerte.

Nos resistimos a aceptar la muerte, cuando forma parte de nuestra propia existencia, de nuestra propia naturaleza, el fin de nuestras vidas. Contemplamos a la "Negra Dama" como algo aterrador, sobrecogedor, algo a evitar durante toda nuestra vida. La vida necesita de la muerte, y la muerte de la vida, para que todo tenga sentido. Es el ciclo eterno de la vida, de la inmortalidad, de la resurrección. La Naturaleza sobrevive gracias a estos dos estados: la vida y la muerte. La muerte de un ser es el alimento de otro, y por tanto, su vida. Ambas, vida y muerte, son tránsitos reciclables.

La muerte nos hace reflexionar sobre nuestra propia existencia. La "Negra Dama" de la muerte no distingue a un rey o a un campesino, a un hombre bueno o a un hombre malo, al más hermoso o al más feo, al más valiente o al más cobarde, al más inteligente o al más zoquete. Su misión es hacer cumplir el eterno designio de la renovación, para que este mundo sobreviva constantemente.

La muerte nos hace reflexionar sobre muchas cosas: ¿estoy aprovechando realmente mi vida?. ¿Por qué no me quedo un ratito más con los compañeros después del trabajo para tomar unas cervezas, hablar, reír, cantar, o lo que se tercie?. ¿Por qué no disfrutar de una buena comida de vez en cuando en un buen restaurante?. ¿Por qué no jugar más a menudo con nuestros hijos, sobrinos o retoños de amigos y vecinos?. ¿Por qué no ponerse aquel hermoso traje o vestido que nunca nos ponemos?. ¿Por qué no hago el amor más a menudo, cuando tengo la oportunidad?. ¿Por qué esperar un momento especial, cuando cada momento, incluso éste, es especial?.

Cuanto más lo pienso, más creo que en esta vida estamos despilfarrando las oportunidades que se nos presentan a cada momento. Perdemos el tiempo en discusiones vanales que no tienen ninguna importancia de base, pero sí fatales consecuencias. Perdemos el tiempo preocupándonos y creando conjeturas sobre un futuro incierto. Perdemos el tiempo observando los problemas bajo un microscopio, asustándonos por el tamaño que tienen tras la lente. Perdemos el tiempo en muchas cosas inútiles, cuando las cosas buenas están ahí y no las vemos. Y si no están, tenemos la oportunidad de crearlas.

Ante la visión de la muerte, esa visión auténtica del fin de nuestros días, de nada sirve todas las fortunas que amases, ni los imperios que puedas conseguir, ni los titulos que puedas ganar. Todos son semillas estériles que brillan pero que no germinan. Son semillas que acaban reñidas a muerte por los cuervos, o enterradas para siempre sin ningún valor en el olvido. Son semillas del mal que germinan en el corazón de aquellos que las codician.

El sentido de la vida está en aprovechar cada momento, cada aliento, en disfrutar de la propia vida y utilizar cada instante en hacer el bien, en ayudar al prójimo, en amar, en consolar al necesitado, en sonreír, en reír, en jugar, en bailar, en cantar, en escuchar... Estas semillas no cuestan nada, no brillan, no tienen valor para el que las siembra, pero sí para la tierra que las recibe, y el fruto que de ellas germina sobrevive a tu propia muerte por que queda grabado en el corazón y en el recuerdo. Entonces es cuando uno puede recibir a la "Negra Dama" de la muerte con la misma sonrisa con la que ella realiza su misión, porque esa vida ha sido bien aprovechada y ha merecido la pena vivirla.

Quiero acabar esta reflexión con una frase de Jason Becker: "Vivimos pensando que nunca moriremos. Morimos pensando que nunca hemos vivido".

Sé feliz, aquí y ahora.

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