miércoles, junio 07, 2006

Absurdo pero real

Hoy he presenciado una escena en este teatro que es la vida. Es curiosa la interpretación, el drama, la comedia o la tragedia que nos proporciona el mundo real si prestamos un poco de atención, y nos dejamos de ver reality shows en la televisión.

Hoy he viajado en tren, como cualquier otro día, para transladarme a mi trabajo. En mitad del trayecto, mientras leía un libro, me he dado cuenta de que el tren iba más vacío que de costumbre y que la luz del sol era algo menor a lo habitual. Miré por la ventanilla a ver si veía un cielo nublado, pero no fue así. Algo no encajaba. Miré mi reloj y me di cuenta de que era una hora antes.

Ya no había vuelta atrás. Ya estaba a mitad de camino. Cualquier otro, o yo mismo hace un tiempo, nos hubiéramos maldecido a nosotros mismos por este detalle, por haber adelantado la hora del despertador (mi despertador es digital y a veces, por un defecto del funcionamiento del mismo, adelantas la hora en lugar de la de la alarma). Sin embargo, sonreí. Hoy tengo una hora más. Y sabía cómo aprovechar esa hora: adquiriendo sabiduría a través de un libro.

Fui a desayunar a la cafetería que hay justamente enfrente del lugar de trabajo. Mientras degustaba tranquilamente mi aromático café, se produjo una discusión fortuita entre el dueño del bar y el panadero que acaba de llegar con el pan.

No suelo prestar atención a estas situaciones, porque es de mal gusto curiosear y meterte en discusiones ajenas, pero era inevitable a tan sólo un metro o metro y medio de ti.

El dueño del restaurante es una persona mayor muy simpática, amable y atenta. Pero en ese momento se transformó en un saco de truenos y tempestades. Un ser totalmente diferente al ser que conocía de cada mañana.

El panadero llegó tarde, y le obligó a abrir su caja de cartón precintada y transferir su contenido de pan a otra caja de plástico que tenía el dueño del restaurante. El panadero estalló, tirando de mala gana las dos cajas, rompiendo la suya de cartón y lanzando de mala manera el pan a la otra, y mientras tanto, despotricando y gritando improperios.

La cocinera, la única con sentido común, salió impartiendo paz, argumentando que era muy pronto para empezar el día con enfados. A la pobre no la hicieron caso, y cada uno a su batalla.

Lo último que dijo el panadero antes de irse fue: "Encima que llego tarde, que no ha sido culpa mía, tengo que hacer ésto. Un poco de consideración, por favor". Acto seguido, cogio su destrozada caja y se largó sin mirar atrás.

Cualquiera puede ver aquí una situación normal o de poco interés. Pero de ella se aprenden muchas cosas.

Lo primero es que los clientes nos llevamos una amarga sorpresa. Íbamos a desayunar tranquilamente antes de empezar a trabajar. Sin embargo, esa tranquilidad, esa paz, ese placer matutino, fue interrumpido. Quien menos culpa tenía de todo era el cliente y tuvo que presenciar una escena bochornosa. Asimismo, ver cómo el pan que comes (yo desayuna una barra de pan tostada con aceite de oliva) es tratado con indiferencia, volando de una caja a otra, es algo nada agradable.

Lo segundo es que el panadero llegó tarde. No se le preguntó por qué llegó tarde, si no que directamente se le acusó y se le obligó a cambiar el pan de contenedor (cosa que dudo sea su obligación), de muy malas maneras y faltando al respeto. ¿No pudo haber llegado tarde por culpa de un atasco?. Madrid entera está en obras, por lo que es muy normal un retraso. O la causa pudo haber sido otra, como, por ejemplo, el haber tenido que ir de noche de urgencias al hospital.

Lo tercero es que el dueño del bar no tuvo ni modales ni tacto. Quitar el precinto y pasar directamente de una caja a otra, a él le hubiera supuesto apenas un minuto de su tiempo. Por esa insignificancia se armó una tragedia digna de una épica singular.

¡Qué desperdicio de energía! ¡Qué desperdicio de talento! ¡Qué derroche de inteligencia! Lo peor de todo es que de algo tan tonto se hubiera montado algo que iba en perjuicio del espectador. Por un simple "por mis cojones" se ha perdido algo de esa relación entre el dueño y el panadero, incluso en la confianza de los clientes.

Cada vez que analizo mi vida me doy cuenta de que nos comportamos como estas dos personas. Discutimos por nimiedades y hacemos montañas de granos de arena. Al final, la destrucción que ello provoca es inexplicable para lo poquita importancia que tuvo su origen: una simple chispa que provocó un trágico incendio devastador.

No hay comentarios: